¿Es obligatorio estar feliz en Navidad?
La respuesta parece obvia en una sociedad
que asocia estas fechas con alegría, reuniones familiares y villancicos. Sin
embargo, para algunos, la Navidad es tiempo de nostalgia, duelo y emociones
complejas que pesan más que los regalos y las luces. La presión social por una
aparente felicidad puede hacernos sentir fuera de lugar, como si la tristeza
fuera un problema que debemos ocultar.
Las
ausencias y los duelos han marcado mi vida, haciendo de la Navidad una época de
profunda nostalgia. Durante el año, el ritmo de trabajo y estudio nos mantiene
ocupados y el dolor puede pasar desapercibido, pero en estas fechas, las
ausencias se hacen más evidentes y no es fácil lidiar con las emociones. Por la
presión del entorno terminamos entrando en dinámicas que van en contra de lo
que realmente necesitamos internamente. Frases como: “¡no estés triste!”,
“queremos que disfrutes”, “no puedes quedarte solo o sola” despiertan un poco
de vergüenza porque nos damos cuenta que tal vez no encajamos en este ambiente
festivo.
Ocultar
las emociones que despierta una pérdida, una ausencia, una enfermedad o una
crisis puede ser el peor camino para avanzar. Si estamos atravesando un momento
complejo, es importante escucharnos y darnos permiso de sentir. Llorar si lo
necesitamos, cuidar nuestra vulnerabilidad y aceptar que en Navidad las
emociones están a flor de piel.
¿Por qué tanta sensibilidad en este tiempo?
Puede ser por nuestra historia personal,
la forma en que fuimos educados, el significado que tuvo la Navidad en nuestra
infancia. Si fue una época importante en de familia, la ausencia de los seres
queridos puede traducirse en nostalgia y tristeza. Si fue una época de
carencias o dificultades, los recuerdos pueden hacerse más presentes y
despertar melancolía.
La
tristeza aparece ante la pérdida y nos ayuda a valorar lo que tuvimos. La
nostalgia es el recuerdo amable de lo que ya no está, una mezcla de tristeza y
gratitud. La melancolía, en cambio, es una tristeza que se instala y nos impide
disfrutar el presente. Reconocer estas emociones y diferenciarlas nos permite
comprendernos mejor y avanzar en el proceso de sanación.
¿Qué podemos hacer?
Tal vez, estar en el presente, como lo recuerda Hans Christian Andersen en su cuento “La magia del abeto”. El pequeño abeto sueña con crecer y vivir grandes aventuras, pero nunca disfruta lo que tiene en el momento. Cuando finalmente lo cortan y se convierte en árbol de Navidad, vive la alegría de los adornos y la admiración, pero pronto es olvidado y arrinconado en un desván. Solo entonces comprende que nunca supo valorar su vida en el bosque, vivió pensando en el pasado o soñando con el futuro. La moraleja es clara: la felicidad no está en lo que vendrá ni en lo que se fue, sino en aprender a valorar el presente.
Como
dice el filósofo Francesc Torralba, necesitamos tomar consciencia de la finitud
de la vida. Todos, nuestros abuelos, padres, hermanos, amigos, nosotros mismos,
algún día nos iremos y no debería ser una tragedia. Podemos estar tristes por
los que se fueron y sentir nostalgia por los ausentes, reconocer nuestras
emociones para que se transformen y nos ayuden a seguir adelante.
Si
hoy estamos haciendo un duelo por alguien que partió recientemente, tal vez la
manera de honrar su memoria sea darnos permiso de estar tristes, recordar y
agradecer los regalos que nos dejó. También es válido cuidarnos para no
exponernos a situaciones que puedan ponernos en riesgo emocional o mentalmente.
Y, si estamos todavía en la etapa de negación o rabia, es momento para trabajar
la aceptación, tomar conciencia del significado de la pérdida y permitirnos
llorar. Se vale.
Te invito a hacer un recorrido por la historia de tus Navidades.
¿Qué recuerdos
aparecen? ¿Qué emociones se despiertan? No pelees con ellas, date permiso de
sentirlas y abrazarlas para que puedan fluir y evolucionar. Que esta Navidad
sea un tiempo para sentir, sanar y agradecer todo lo que has vivido y los
regalos que, incluso en los momentos más oscuros, la vida te ha dado y te han
permitido llegar hasta aquí.
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