Desde
el año 2003, la Asociación internacional para la Prevención del Suicidio y la
Organización Mundial de la Salud promueven cada 10 de septiembre el Día Mundial
para la Prevención del Suicidio. La campaña para el 2024, 2025 y 2026 es “Cambiar
la Narrativa”. La propuesta es reemplazar la narrativa del suicidio por una
cultura de apoyo y comprensión. Uno de los mayores obstáculos para prevenir el
suicidio es el estigma de debilidad y egoísmo que pesa sobre las personas con
ideas suicidas, lo que las lleva a sentir vergüenza y les impide buscar ayuda
oportunamente.
Al
nivel mundial, cada año se suicidan un millón de personas: esto es una persona
cada 40 segundos. El suicidio es la tercera causa de defunción entre las
personas de 15 a 29 años. El 73% de los suicidios ocurren en países de ingresos
bajos y medianos. Las causas del suicidio son múltiples: factores sociales,
culturales, biológicos, psicológicos y ambientales, presentes a lo largo de la
vida. Se calcula que por cada muerte por suicidio hay 20 intentos.
Infortunadamente,
la disponibilidad y la calidad de los datos sobre el suicidio y las conductas
autolesivas son insuficientes en todo el mundo debido al señalamiento y la
ilegalidad del suicidio en algunos países. Sin embargo, más allá de las cifras,
necesitamos tomar conciencia sobre el valor de la vida.
“Y usted ¿por qué (ya) no se suicida?”
Esta era la pregunta que
Viktor Frankl, fundador de la Logoterapia y el Análisis Existencial, hacía a
sus pacientes durante el tratamiento después de un intento de suicidio. Una
pregunta poderosa que llevaba al paciente a encontrar razones para seguir
viviendo: los hijos, el trabajo, un proyecto inconcluso, una persona, o tal vez
un recuerdo bonito del pasado.
Para
cambiar la narrativa, como plantea la campaña de prevención, deberíamos pasar
de buscar las razones por las cuales las personas se suicidan y enfocarnos en
generar condiciones para que niños, adolescentes, adultos y mayores, encuentren
un sentido para su vida, aún y especialmente, en momentos de sufrimiento. El sentido no es un concepto, tampoco hay una
fórmula para todas las personas. Se trata de asumir responsablemente lo que la
vida nos plantea en cada momento. Veamos esta historia:
Un
escultor tenía una academia donde asistían niños de todas las edades para ver
cómo trabajaba la piedra. Un día, el alcalde le encargó una estatua de un
caballo para la plaza del pueblo. Los niños estaban atentos a la piedra gigante
que era llevada al taller, donde el artista empezó a moldear la piedra de
granito. Uno de los niños no estuvo presente durante el proceso y cuando volvió
al taller, se sorprendió al ver la estatua. El niño le preguntó al escultor:
“¿Cómo sabía que dentro de la piedra había un caballo?” En realidad el caballo
no estaba dentro de la piedra, sino en la mente del escultor.
La tarea nuestra, que debería empezar con los más pequeños, es entender que cada uno de nosotros es el escultor de su propia historia.
Dice Frankl que hay tres maneras para encontrar el sentido de nuestra vida:
- Realizando una acción;
- Aceptando los dones de la vida, p.ej. la capacidad de conmovernos ante la belleza del arte, el esplendor de la naturaleza o el amoroso calor de otro ser humano;
- Por el sufrimiento.
Tal vez este último suene paradójico, pues no se trata de dar valor al sufrimiento sino de elegir la actitud con la cual lo enfrentamos. “Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptarlo porque el sufrimiento se convierte en su única y singular tarea (…) Nadie puede redimirlo de su sufrimiento ni sufrir por él. Sin embargo, es su actitud frente al dolor donde reside la posibilidad de conseguir un logro excepcional” (Frankl, V., 2015).
Podemos quedarnos en el
lugar de la víctima, podemos esperar a que pase lo peor o tal vez pensar que no
vale la pena seguir viviendo, pero, si estamos hoy aquí, podemos reconocer que hoy
es el mejor día para volver a intentarlo y hacerlo mejor.
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