Las palabras tienen poder

 

Después de experimentar la fiebre escarlata, así como otras infecciones, Thomas, un niño con dificultades auditivas, llegó a la casa y le entregó a la mamá una nota que había enviado su maestro.  Con lágrimas en los ojos, Nancy, madre de Thomas, leyó en voz alta: “Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarle, por favor enséñele usted”.  La madre asumió el papel del maestro.  El niño se convirtió en un famoso científico, inventor y empresario que obtuvo 2.332 patentes en Estados Unidos y en otros países, entre ellas: el bombillo eléctrico, el fonógrafo, la cámara cinematográfica, la batería de almacenamiento.  Ese niño era Thomas Alva Edison.  Dicen que, después de muerta su madre, Edison estaba revisando algunos objetos familiares y encontró un papel doblado que decía: Su hijo tiene un trastorno mental. No lo dejaremos venir a la escuela”.

El lenguaje puede cambiar, de manera positiva o negativa, el rumbo de la vida de una persona. El poeta indio Sant Kabir Das decía: 

“Las palabras no tienen manos ni pies. Sin embargo, son muy poderosas: una palabra puede curarte y otra herirte”.  

¿Cuántas palabras inútiles y/o destructivas decimos al día? ¿Cuántas conversaciones son innecesarias? ¿Cuánto daño nos hemos hecho o hacemos a los demás por no medir el impacto de nuestro lenguaje? ¿Cuánta violencia podríamos evitar si utilizáramos un lenguaje más apreciativo?  

Las palabras no son inocentes: generan emociones en quien las dice y en quien las escucha y, dependiendo de la emoción, el cuerpo reacciona, decimos o hacemos cosas de las cuales podríamos arrepentirnos más adelante.  Cuánto del dolor que hoy está viviendo la familia Uribe Turbay en Colombia, por cuenta del atentado al precandidato presidencial Miguel Uribe, es consecuencia del clima de violencia y caos, producto de la extrema polarización y los ataques diarios entre gobierno, oposición y sociedad civil.  Por supuesto, no es solo un tema de violencia verbal, lo que estamos viviendo, en Colombia y en el mundo, es resultado de problemas estructurales que requieren un trabajo conjunto de todos los actores que conforman la sociedad.

Según Isaac Newton: “Los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes” Para que el lenguaje contribuya a construir puentes necesitamos entender que las palabras no son inocentes, generan emociones y reacciones, en quien las expresa y en quien las recibe.  Cuando el presidente Petro habla de paz y al mismo tiempo escribe mensajes que incitan al odio y la violencia; cuando Netanyahu dice que la guerra no cesará hasta eliminar a Hamás y sigue matando personas inocentes de manera indiscriminada; cuando Trump quiere expulsar de su país a todos los que le parecen ‘distintos’, los califica de ladrones y bandidos, los persigue y los deporta, ¿Qué podemos esperar del resto de los ciudadanos?  Es como si el padre de familia, con insultos y golpes, les dice a los hijos que sean buenas personas.

Ahora bien, no son solo los dirigentes, somos todos. Estamos perdiendo la capacidad de parar, reaccionamos instintivamente como lo hacen nuestros parientes del reino animal.  Decía Viktor Frankl: “Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad”. Estamos afanados por cumplir metas, lograr resultados, queremos que las cosas salgan según nuestras reglas, hablamos rápido porque no podemos perder tiempo, hacemos las cosas y después pensamos y a veces nos arrepentimos.

Hay una famosa frase que algunos atribuyen a Aristóteles, otros a Ghandi y otros a Shakespeare: 

“Somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios”. 

¿Qué pasa si ponemos un poco de silencio en nuestra vida?  Silencio de palabras, de juicios y opiniones sobre todo lo que pasa y sobre los demás.  Le propongo que se dé permiso de decir ‘NO SÉ’, de guardar silencio, respirar y escuchar antes de hablar.  Necesitamos activar un lenguaje que no venga de tener la razón y la verdad, sino de la humildad y la empatía, de un corazón abierto al dolor propio y del otro. Solo así podremos entrar en un espacio donde la solidaridad esté por encima del ego.

Publicado La Patria 18 de junio 2025


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