Quiero invitarlo para que revise si alguna vez ha sentido que su
vida se venía abajo, tal vez por cuenta de un divorcio, una crisis económica,
una enfermedad grave, la pérdida de un ser querido. Las he atravesado todas y en algunos momentos
he sentido que no tenía fuerzas para continuar.
Tal vez le haya pasado algo similar o tal vez no. Puede ser que sus preocupaciones estén
asociadas a un escenario mundial complejo: conflictos en Ucrania, Palestina,
Sudán y Yemen; declive de la democracia, con sólo el 8% de la población mundial
viviendo en democracias plenas, y el 39% bajo regímenes autoritarios; saturación
informativa que genera desinterés y desconexión social; una inteligencia artificial
que camina a pasos agigantados, alejada de la ética y los valores; contracción
de algunas economías que impacta especialmente los países en desarrollo y acentúa
las desigualdades; crisis humanitaria y problemas derivados del cambio
climático y el deterioro ambiental.
Con el tiempo y en el ejercicio de mi profesión como psicóloga,
acompañando procesos de aprendizaje y transformación, he aprendido que es
importante darse permiso de sentir el dolor para poder atravesarlo. Dice Byung-Chul Han, en su libro El
espíritu de la Esperanza (2024) que la esperanza no niega el sufrimiento;
por el contrario, mientras más grande sea la desesperación, más fuerte será la
esperanza. No podemos confundir
optimismo y esperanza.
El optimismo desconoce el sufrimiento y la desesperación. El optimista cree que las cosas acabarán
saliendo bien, no se permite considerar lo inesperado y nada lo sorprende, sabe
que al final todo se solucionará a su favor. Mientras que, quien reconoce que está
sufriendo y se permite sentir el dolor y la desolación, puede ver el
sufrimiento como una oportunidad para ponerse en movimiento y explorar lo nuevo
que aún no existe. Vaclav Havel
(1936-2011) último presidente de Checoslovaquia y primer presidente de la
República Checa, decía: “La esperanza no es la convicción de que algo saldrá
bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo
resulte”.
La emoción que necesitamos reconocer, para no quedarnos en ella y poder
avanzar, es el miedo. Lo opuesto a la
esperanza no es la desesperación, es el miedo, que nos encarcela y nos pone a
vivir en modo supervivencia; la esperanza, por el contrario, nos lleva al
futuro y nos da la fuerza para continuar, no en soledad, con el otro. La
esperanza dice Chul Han necesita del nosotros que se construye desde el amor,
no desde la angustia y el miedo, tampoco desde la expectativa por lograr un
resultado concreto en el corto plazo. La
esperanza nos invita a mirar al futuro más allá de las dificultades que estemos
enfrentando hoy: “Tener esperanza significa estar dispuesto en todo momento
a algo que aún no nace”.
También el papa Francisco está poniendo la esperanza como un tema
central desde la convocatoria al Jubileo del año 2025 “Spes non confundit” (La
esperanza no defrauda); una virtud que nace del amor y se basa en el amor que
brota del corazón de Jesús en la cruz. No
debe ser vista, dice Francisco, como un simple optimismo, sino como una certeza
profunda de que algo tiene sentido, incluso en tiempos difíciles; es esencial y
debe avivarse en todos los fieles. La
exigencia de paz, dice el Papa, nos interpela a todos y urge que se lleven a
cabo proyectos concretos; que no falte el compromiso de la diplomacia por
construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una
paz duradera. Que este tiempo de Navidad
sea una oportunidad para revisar dónde estamos y cómo queremos aproximarnos a
una realidad que hoy nos interroga y necesita que trabajemos juntos para
construir desde el amor y no desde la guerra.
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