“Vuestra alegría es vuestra
tristeza desenmascarada. Y el mismo pozo
del que brota vuestra risa, es el que a menudo estuvo colmado de vuestras
lágrimas. (…) Cuando más hondamente cave el dolor en vuestro ser, tanto más
cabida habrá en vosotros para la alegría. (…) Cuando estéis alegres, fijad
vuestra mirada profunda en el corazón, y hallaréis que sólo lo que os ha
producido dolor es lo que os está produciendo alegría. Cuando estéis tristes, observad de nuevo
vuestro corazón y veréis que en verdad estáis llorando por aquello que fue la
causa de vuestra alegría. (…) Estáis suspendidos como platillos entre la
tristeza y la dicha. Sólo cuando estáis vacíos, estáis quietos y en equilibrio
(…)”. (Gibran, 1923).
Con todos los cambios de los
últimos años, tal vez tengamos más a la mano la tristeza que la alegría, pues el
cambio implica pérdida, transformación, salida de la zona de confort; riesgo,
temor, a veces rabia, frustración e impotencia, emociones que generalmente
asociamos con ‘no estar bien’. Sin
embargo, como dice el poeta, van de la mano y cada una es fuente de la otra. Diría
que las dos nos recuerdan que estamos vivos; la tristeza porque nos conecta con
lo que nos importa y necesitamos valorar; la alegría porque nos permite
disfrutar y nos anima a seguir adelante.
El próximo 20 de marzo se
celebra el Día Internacional de la Felicidad, una fecha establecida en 2012 por
la Organización de Naciones Unidas (ONU), para reconocer la importancia de la
felicidad y el bienestar como aspiraciones universales del ser humano y la
necesidad de incluirlos como política pública; buscando avanzar hacia un
enfoque más inclusivo, equitativo y equilibrado que promueva el desarrollo
sostenible, la erradicación de la pobreza, la felicidad y el bienestar de los
pueblos. De aquí se deriva la medición
del Índice de Felicidad (FNB) que incluye: bienestar psicológico; uso del
tiempo; nivel y calidad de vida; salud, educación, cultura, diversidad
medioambiental y gobierno. Una tarea que
requiere fortalecer valores fundamentales como la amabilidad y la compasión que
surgen de la capacidad de reconocer nuestra propia vulnerabilidad, que no es otra
cosa que la necesidad de cuidado y protección que tenemos todos.
La última medición del Índice
de Felicidad, con encuestas en 150 países, muestra que son los nórdicos,
encabezados por Finlandia, quienes tienen uno de los mejores desempeños en
felicidad y bienestar, los cuales se explican por: una esperanza de vida
saludable, el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita, el apoyo social en
tiempos de crisis, la baja corrupción y alta confianza social, la generosidad
en la comunidad y la libertad para tomar decisiones importantes. Los índices más bajos están en África y en Asia
Central. Costa Rica es el país con mayor
felicidad y bienestar en América Latina y el Caribe, con el puesto 23; Colombia
tiene el puesto 66; y nuestros vecinos venezolanos tienen la posición 108.
La felicidad le corresponde a
cada ser humano; pero también es un ingrediente fundamental de la calidad de
vida y la interrelación entre los integrantes de una comunidad; y, sin duda,
tiene un componente científico asociado con la salud mental y física. En un artículo reciente, la revista Forbes
menciona los beneficios de la felicidad para el sistema inmunológico, los
procesos cognitivos y la productividad; dado que interviene en la activación de
cuatro hormonas: la endorfina, que se produce cuando estamos alegres, nos
reímos y dormimos bien; la serotonina, que se activa con el deporte y el sol,
su ausencia puede generar sentimientos de soledad y tristeza; la dopamina,
relacionada con el placer y la motivación, que se activa aprendiendo a
disfrutar las pequeñas cosas y poniéndose metas alcanzables que se pueden
cumplir en un tiempo corto; la oxitocina,
‘hormona del abrazo’, que ayuda a disminuir el estrés, aumenta la
confianza, la generosidad, la empatía y el amor.
No se trata de negar la realidad y decir que todo está bien cuando no es así. Ser feliz es aprender a valorar y disfrutar lo que tenemos, no importa si es poco o mucho; no es cuestión de dinero, posesiones materiales, ausencia de problemas. Es una elección que podemos hacer cada día, pasando de sentirnos víctimas a ser responsables de nuestra historia. Si ya eres feliz disfrútalo, si no has encontrado el camino, te invito a soltar o entregar el pasado, aceptar el presente, y tener esperanza en el futuro. La vida no hay que aprovecharla, hay que vivirla, dice el escritor Pablo D’Ors.
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