“Un
día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. En el camino observó una colina tapizada de un
verde maravilloso, llena de árboles, pájaros y flores hermosas, rodeada de una
cerca de madera con una puerta de bronce. El buscador entró y empezó a caminar
entre las piedras blancas, distribuidas al azar entre los árboles, y descubrió
una inscripción en una de las piedras: “Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2
semanas y 3 días”. Se sobrecogió al
darse cuenta de que era un niño; miro alrededor y vio la inscripción en la
piedra del lado: “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3
semanas”. Era un cementerio de niños; se sentó y lloró. El cuidador del cementerio se acercó y le
preguntó si lloraba por algún familiar. - No – dijo el buscador - ¿Qué pasa aquí?
¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? El anciano le dijo: -Tranquilo,
lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre: cuando un joven cumple 15
años, sus padres le regalan una libreta, y es tradición que, a partir de allí,
cada vez que uno disfruta intensamente algo, abre la libreta y anota: lo que ha
disfrutado, el tiempo que duró su felicidad, cuando conoció a su novia y se
enamoró, la emoción del primer beso, el matrimonio, el primer hijo, el mejor
viaje, el reencuentro con un amigo ¿Cuánto duró el disfrutar estas situaciones?
Horas, días, meses … Vamos anotando en la libreta cada momento y, cuando
alguien muere, abrimos su libreta, sumamos el tiempo disfrutado y lo escribimos
en su tumba. Para nosotros, ese es el único y verdadero tiempo vivido”. (Bucay,
2017).
Qué
pasaría si, tu y yo, sumáramos el tiempo realmente vivido, mejor dicho, el tiempo
disfrutado. Pablo D’ors, sacerdote y escritor, dice que de niño siempre escuchó
a su padre decir que ‘el tiempo hay que aprovecharlo’, pero por fortuna él no
le hizo caso, porque no se trata de sacar provecho, sino de vivir, y vivir es
disfrutar. Yo añadiría que, para disfrutar, necesitamos darnos cuenta y valorar
lo que tenemos y las posibilidades que la vida nos pone en cada momento. En mi
opinión, la mejor forma de vivir y disfrutar la vida, es aprendiendo, no
necesariamente metidos en los libros como ‘ratones de biblioteca’, aunque debo
reconocer que es algo que disfruto, pero también y tal vez más importante, valorando
cada experiencia y cada momento, como un regalo único que la vida nos da; como
si fuéramos exploradores que, ligeros de equipaje, nos dejamos sorprender por
eso que no sabemos, que no conocemos, que no hemos experimentado.
Muchas
veces asociamos el proceso de formación y aprendizaje con niños y adolescentes,
y pensamos que una buena educación es esa en la que se llena la cabeza de
conocimientos; sin embargo, ya lo dijo Plutarco hace dos mil años: “La educación es el encendido de una llama, no el llenado de una vasija”. No
se trata de acumular conocimiento, y tampoco hay una edad límite para aprender;
deberíamos mantener encendida la llama durante toda la vida, para poder
disfrutar y sentir que seguimos vivos, no importa la edad o las circunstancias.
Ahora bien ¿Cuál es la llama que necesitamos encender? Tal vez cultivar y
mantener viva la capacidad de asombro que tenemos en la niñez y que vamos
perdiendo a medida que creemos que ya somos dueños de las respuestas.
Alguna vez escuché un directivo diciendo a su
equipo: ‘ustedes están muy viejos y no tienen derecho a estudiar, eso es para
los jóvenes’. ¿No será que la manera de mantenernos jóvenes es permitirnos ser
estudiantes-aprendices durante toda la vida? ¿Cómo sería el mundo actual si
entendiéramos que ninguno de nosotros tiene la verdad? ¿Si estuviéramos más
abiertos a la curiosidad y nos permitiéramos decir con más frecuencia ‘No sé y
quiero aprender’? Lo invito a revisar, como en la historia del buscador, los
momentos de disfrute y también los más complejos que le han dejado lecciones
importantes. Revise si hay algo que todavía no se ha permitido explorar, tal
vez usted piensa o alguien le dijo, que ya está demasiado viejo o vieja para
hacerlo. La edad es una fecha en su acta de nacimiento, la verdadera juventud
está en el alma y en el corazón. Es tiempo de aprender, para disfrutar la vida
en un mundo que cambió y seguirá cambiando.
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