Estás en tu casa trabajando y llega un mensaje de WhatsApp,
reconoces la foto de alguien cercano que te pide ayuda, respondes en automático
y te pones a disposición. Tu amigo(a) va
a viajar al país y, mientras puede hacerlo, necesita que recibas y le guardes
un paquete. Tú estás en modo servicio, quieres ayudar, y entregas los datos
personales. Algo no parece estar bien,
pero es alguien a quién quieres y cómo no ayudarle. Cuando paras lo que estabas haciendo, revisas
y te das cuenta de que ese contacto no es quien pensabas: la foto corresponde,
el número de teléfono no, el lenguaje no es el habitual y el rótulo en el
paquete es sospechoso. Buscas a tu
amigo(a) y confirmas que se trata de una estafa. Borras tus datos y la copia de tus
documentos, y haces una oración para que no pase nada. El paso siguiente, si continúas ‘en
automático’ respondiendo a este pedido, es una llamada desde el courrier por
donde enviaron el paquete para decir que la entrega requiere que hagas una
consignación. Al buscar a tu supuesto
amigo(a), te pide que hagas la consignación y le des los datos de tu cuenta
bancaria para hacerte la transferencia. La
siguiente llamada es de la “DIAN”, para decir que tienen un paquete a tu nombre
que contiene dólares y debes pagar una multa para legalizarlos o te denuncian
penalmente y vas a la cárcel.
Me pasó la semana pasada, por fortuna no llegué a consignar dinero, alcancé a bloquear el chat, cambié mis claves, puse el denuncio, avisé a mis contactos por sugerencia de la Fiscalía, y espero que no pase nada. Sin embargo, es una sensación que no puedo describir; me sentí desnuda en medio de la plaza principal, totalmente expuesta y vulnerable, mientras pensaba lo ‘tonta’ que había sido al no verificar quién me buscaba.
Para tratar de entender lo que me había pasado y tal vez para justificar mí falta de atención, por no decir estupidez, me di a la tarea de investigar qué está pasando con los fraudes en internet. Según el informe más reciente de la Cámara Colombiana de Informática y Telecomunicaciones -Ccit-, sobre ciberseguridad, ha habido un incremento importante en el cibercrimen en Colombia; 6.407 casos de acceso abusivo al sistema informático, que representa un 46% más con relación al mismo período del año anterior; y 11.078 casos denunciados de robo a través de medios informáticos, que equivalen a un aumento del 15%.
El problema no es de Colombia, según la
multinacional Thales, que desarrolla sistemas de información y servicios para
los mercados aeroespacial, de defensa y seguridad, entre otros sectores, los
ciberataques se han disparado en un 150% en 2022, así como la aparición
constante de nuevas amenazas; tema que obedece al incremento acelerado de la
virtualidad como consecuencia de la pandemia.
El mensaje principal para las personas y las organizaciones, aparte de avanzar
en los sistemas de seguridad, es denunciar ante las autoridades.
Siempre había pensado que no caería en este tipo de engaño, soy muy cuidadosa y me expongo poco a través de las redes. No obstante, hay algo que definitivamente no estoy haciendo bien, y es que, a pesar de lo que digo y en lo que creo, me hace falta parar, dejar de vivir en automático, reconocer que no puedo hacerlo todo ya y tampoco soy la salvadora del mundo. Esto me lleva a pensar en la importancia del silencio, no solo del ruido exterior, sino del interior.
Pablo D´ors, escritor y sacerdote católico, lo llama ‘silenciamiento’; callar nuestra necesidad de autoafirmación y apropiación, silenciar el ego. Nos educan para ser los mejores y sumar, demostrar que sí podemos, ser productivos y tener éxito, dar respuestas y construir soluciones. Tal vez por tratar de sumar terminamos viviendo en automático, no hay tiempo que perder y no podemos ser inferiores a los retos, en vez de caminar corremos para aprovechar el tiempo. D’ors dice que no se trata de aprovechar el tiempo, sino de vivir.
El activismo
nos desconecta de lo que de verdad importa, de nuestra vocación o voz interior que,
por supuesto, no está en el ruido o el hacer constante, y menos, en las redes
sociales; está en la quietud y el silencio. Es por eso que deberíamos restar: lo que eleva
el ego, nos roba la posibilidad de aprender, nos desconecta de nosotros e impide
reconocer al otro. “Las palabras cambian el mundo, pero el silencio nos cambia
a nosotros” (D’ors, 2021).
Publicado La Patria 20 de julio 2022
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