“El lugar, sin embargo, es
espantoso visto de cerca. No hay electricidad ni agua todas las horas del día.
Hace frío y de noche la humedad muele los huesos. Aquí se malvive de forma
indefinida. Pero, peor era Moria, el otro campo de refugiados, que ardió el 9
de octubre de 2020. O quedarse en Afganistán. O no digamos morir en el mar,
como alguno de los 20.000 migrantes que en los últimos años trataron de cruzar
en precarias embarcaciones las aguas que separan Turquía y esta isla griega”. Esta
es la visión de un periodista de El País sobre los campos de refugiados en
Lesbos.
Este 5 de diciembre, el papa
repitió su viaje a esta isla griega. Migrantes y refugiados son temas que lo preocupan
profundamente, él mismo es integrante de una familia de migrantes italianos a
Argentina. Sus palabras demuestran su interés genuino por esta problemática mundial:
“Estoy nuevamente aquí para
encontrarme con ustedes; estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes; estoy
aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y
de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por
demasiadas lágrimas”.
Aunque las cifras de migrantes
internacionales en el mundo no son tan altas, 272 millones de personas, el 3,5%
de la población mundial, el número y porcentaje de migrantes internacionales ya
está por encima de las proyecciones para el año 2050, que hablaban de un 2,6%, 230
millones de migrantes internacionales, según la Organización Internacional de
Migraciones. Un porcentaje que sigue creciendo y se ha triplicado en los
últimos 50 años, asociado con desastres, conflictos, violencia, e incertidumbres
de hoy. Si bien las restricciones de movilidad por la pandemia se reflejan en
la reducción de viajeros aéreos, la movilidad interna de personas sigue
aumentando.
Los estudios muestran que la
migración no es uniforme, ésta se asocia con factores económicos, geográficos,
demográficos, sociales y políticos, que reflejan patrones diferentes. La gente
se mueve principalmente de los países en desarrollo a las grandes economías.
Sin embargo, es claro que América Latina está sufriendo una crisis importante
de movilidad, que se explica en parte por el éxodo de los venezolanos, las personas
que salen del norte de Centroamérica, y recientemente, quienes están
abandonando Haití; lo que representa un reto inmenso de inclusión social. No
solo se trata de ciudadanos en busca de mejores condiciones económicas, la
región se ha convertido en lugar de paso para africanos,
asiáticos y caribeños. La grave crisis venezolana se
traduce en 5.6 millones de emigrantes y refugiados, de los cuales la mayoría
-el 82%- están en la región y de éstos, el 32% están en Colombia. La cifra de
migrantes internacionales en Latinoamérica pasó de 8,33 millones en 2010 a 14,8
millones en 2020.
En este contexto, toman fuerza las palabras del papa,
al hacer un fuerte llamado a la solidaridad este domingo: “Sí, es un problema
del mundo, una crisis humanitaria que concierne a todos. La pandemia nos ha
afectado globalmente, nos ha hecho sentir a todos en la misma barca, nos ha
hecho experimentar lo que significa tener los mismos miedos. Hemos comprendido
que las grandes cuestiones se afrontan juntos, porque en el mundo de hoy las
soluciones fragmentadas son inadecuadas (…) están en juego personas, vidas
humanas. Está en juego el futuro de todos, que sólo será sereno si está
integrado. El futuro sólo será próspero si se reconcilia con los más débiles.
Porque cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz.”
La solidaridad es mucho más que una palabra bonita que
se dice. Para ponerla en práctica tenemos que salir del egoísmo, que nos impide
mirar más allá de nuestro metro cuadrado; abrir el corazón al sufrimiento del
otro que tal vez nos incomoda, pero que nos saca de la indiferencia; superar el miedo que nos lleva a negar la
realidad y en ocasiones a huir de ella, para enfrentar con coraje situaciones
que para muchos, la mayoría, son muy complejas; y entender que, no se trata de
hacer actos heroicos de vez en cuando, el reto es caminar juntos todo el tiempo,
para construir un mundo que reconozca el valor de la vida y la dignidad de todos.
Es hora de preguntarse ¿Con qué acciones estoy contribuyendo a un mundo más
solidario?
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