Cuando el Principito llega al planeta habitado
por un bebedor se hunde en una gran melancolía. Es una conversación corta en la
que el hombre le dice que bebe para olvidar. “¿Olvidar qué?” pregunta el Principito; el hombre
responde: “que siento vergüenza”; “¿vergüenza de qué?” pregunta el Principito;
“vergüenza de beber” contesta el bebedor.
También yo, como el Principito, siento melancolía
al ver las noticias de quemados por pólvora en estos días de Navidad. Según el
Instituto Nacional de Salud, al 19 de diciembre la cifra estaba en 340 casos, que
representan un aumento del 32.4% con relación a los quemados del 2020. De estos,
127 son menores de edad; también una cifra superior al año anterior. De los
niños quemados en este período, 13 estaban con un adulto bajo los efectos del
alcohol; y aún más triste, se reportan dos casos de niños de 13 años que
estaban tomando cuando se quemaron.
Quemar pólvora es una costumbre dañina, causante
de quemaduras, intoxicación y enfermedades respiratorias en los humanos;
también es responsable de infartos, abortos, conductas agresivas y nerviosismo
en los animales. Situación que se pone más difícil cuando se asocia con tomar
trago, que no es un tema menor. Anualmente, según la O.M.S., mueren en el mundo
3.3 millones de personas por consumo nocivo de alcohol, lo que equivale a 1 de
cada 20 muertes; 237 millones de personas en el mundo tienen trastornos por
consumo de alcohol.
Algunos creen que por ser mayores tienen más
control y no tendrán consecuencias graves. La mala noticia es que, según un
estudio publicado en la revista ‘British
Medical Journal’, hay tres
etapas de la vida en las que el cerebro es más vulnerable y los daños por el
licor son irreparables: 1) Después de
los 65 años, cuando las neuronas se hacen más pequeñas y el cerebro empieza a
atrofiarse más rápido; el consumo, aún moderado, puede acelerar la pérdida de
volumen cerebral. 2) Entre los 15 y 19
años, se asocia con volumen cerebral reducido y deficiencia en algunas
funciones cognitivas; si se inicia antes de los 15 años, hay un riesgo mayor de
convertirse en bebedor crónico con consecuencias graves en el desarrollo
cognitivo. 3) Durante el embarazo, una
etapa en la que por ningún motivo se debe consumir alcohol, porque puede causar
daños serios en el bebé.
También cabe recordar, que el alcohol induce a
la depresión y puede generar síndromes depresivos suicidas, donde no hay
respuesta a tratamientos con fármacos o terapia. Adicionalmente, existe la
posibilidad de desarrollar conductas paranoicas -sentirse perseguido- o tener celos
exagerados, que se reflejan en comportamientos violentos con la pareja. Consumir
alcohol en el largo plazo puede dañar estructuras cerebrales y generar pérdida
de facultades mentales que llevan a una demencia. Finalmente, el alcohol no
solo puede aumentar la posibilidad de enfermarse a medida que el cuerpo
envejece, sino que puede empeorar problemas médicos sencillos.
¿Cuál será la razón por la cual seguimos
quemando pólvora y consumiendo alcohol? ¿Por qué las mezclamos? ¿Por qué
involucramos y a veces inducimos a los niños y jóvenes a que lo hagan? Alcohol y pólvora son temas distintos, pero
parece que van de la mano, junto con la incapacidad para relacionarnos de una
manera más sana entre nosotros, con otros, y con la casa común que habitamos.
Nos hacemos daño, se lo hacemos a quienes nos rodean y destruimos el medio
ambiente. Pienso que estamos desconectados de nosotros mismos y perdimos de
vista lo que de verdad es importante, como seres humanos y sociedad. A veces
parecería que estamos en una carrera loca por la reactivación, para sentir que
no pasó nada y que todo vuelve a ser como antes; así que, tomemos, quememos
pólvora, hagamos fiesta que todos estamos bien.
Melancolía, por no decir dolor inmenso, es lo
que siento ante la indiferencia que nos acompaña como humanidad. Mi invitación
para esta época es recordar que quien nace este 25 de diciembre es un niño en
un pesebre que viene para mostrarnos una forma distinta de caminar por el
mundo, con los pobres, los enfermos y los marginados de la sociedad. Navidad es tiempo de gratitud, generosidad y
esperanza, por una humanidad que sea capaz de desprenderse del egoísmo y la
arrogancia para reconocer el sufrimiento y la necesidad de cuidado que tenemos
todos. Y para usted ¿Qué es la Navidad? ¿Siente melancolía? ¿Qué puede hacer
para acompañar y aliviar el dolor de otros?
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