Por estos días hemos estado entretenidos con los Juegos Olímpicos
de Tokio, que podríamos decir, nos proporcionan un poco de oxígeno necesario
para aligerar la carga de las complejas noticias relacionadas con la pandemia,
la política y la economía, las cuales se entretejen en un peligroso círculo
vicioso, que podría convertirse en un remolino que amenaza con debilitar las
posibilidades de construir un mundo más humano.
La historia dice que se iniciaron en Olimpia, centro de la
civilización griega, en el año 776 A.C. Se celebraban cada 4 años, como un
festival religioso en honor a sus dioses, con asistencia entre 40 y 60 mil
griegos. Duraban 5 días e incluían carreras, saltos, lanzamientos, boxeo, lucha,
y carreras. Los atletas eran honrados y los ganadores recibían ramas de árbol
de olivo o coronas de laurel como símbolo de su éxito. Como datos curiosos: competían desnudos; los
participantes en el ‘pancracio’ -combinación de boxeo griego antiguo, lucha y
sumisiones– competían cubiertos de aceite; había castigos corporales para
quienes se equivocaban al inicio de la competencia; y no había espacio para
mujeres. Se celebraron durante más de 1.000 años y fueron desapareciendo
gradualmente desde que el Emperador Teodoro I los prohibió por considerarlos un
espectáculo pagano.
Los Juegos Olímpicos reaparecen Grecia en 1896, por iniciativa del conde
francés Pierre de Coubertin, quien fundó el Comité Olímpico Internacional y
organizó las primeras olimpiadas modernas de verano en Atenas. Cada cuatro años
hasta hoy se siguen celebrando; excepto en 1916, 1940 y 1944, en razón a los
conflictos y dificultades derivados de la Primera y Segunda Guerra
Mundial. Una competencia cada vez más
relevante, que reconoce el talento y capacidad de los participantes y también
ayuda a suavizar los conflictos entre naciones, al menos durante el período en
el que se desarrollan. Por cuenta de los
juegos de este año y la participación destacada de los deportistas de nuestro
país, hemos tenido momentos de felicidad y orgullo. También vale la pena
resaltar algunas lecciones maravillosas que nos dejan las actitudes y
comportamientos de deportistas como Simone Biles, la gimnasta estadounidense,
quíntuple medallista en Río de Janeiro, quien se retiró después de un salto
errático en la final por equipos; muchos pensaron que era por una lesión
física; sin embargo, ella dijo: “Tras mi actuación, no quería seguir. Tengo que
centrarme en mi salud mental. Creo que la salud mental está más presente
en el deporte ahora mismo … No somos sólo atletas. Somos personas al fin y al
cabo y a veces hay que dar un paso atrás".
Cada deportista, esta mujer afroamericana, usted y yo, somos seres
humanos, con una historia de la cual no siempre nos sentimos orgullosos, pero
que nos ha traído hasta aquí y hoy nos permite ser lo que somos. Esta mujer
hizo algo muy valiente; retirarse de la competencia en un momento en el que
sintió que no debía exponerse, mental y físicamente, pero aún más importante,
contar su historia de maltrato y abuso por parte de su entrenador. Su éxito como deportista la pone en un
pedestal, pero su relato de dolor la pone en la tierra y la acerca a las
historias de muchas personas que hoy se sienten demasiado vulnerables para
intentarlo, para perseguir sus sueños.
Es aquí donde para mí cobra importancia lo que nos dice Brené Brown: “Lo
irónico es que intentamos renegar de nuestros momentos difíciles para parecer
más perfectos o más aceptables. Pero, nuestra perfección, e incluso nuestra
autenticidad, en realidad dependen de nuestra capacidad para integrar todas
nuestras experiencias, incluidas las caídas”. En este contexto, la integración es
el motor que nos ayuda a reconocer y entender lo que estamos sintiendo; a
lidiar con la culpa, la vergüenza, el dolor, que nos generan nuestras
historias; a asumir nuestra realidad para reescribir un final nuevo que nos
permita transformarnos y levantarnos más fuertes.
Lo invito a revisar esa historia que le cuesta aceptar, reconozca las emociones que le despierta, asuma su realidad y atrévase a escribir un final nuevo o tal vez una nueva historia. Necesitamos desterrar los mitos y abrirnos a nuestra vulnerabilidad, porque en palabras de la profesora Brown, cuando le cerramos la puerta nos estamos alejando de las experiencias que dan sentido y propósito a nuestra vida.
Publicado La Patria 04 agosto 2021
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