Hoy se habla mucho de esperanza, un tema fundamental, no desde la
ilusión, sino desde las acciones concretas que se fundamentan en el
reconocimiento legítimo del otro, en la aceptación de nuestra propia
vulnerabilidad, en la necesidad de caminar juntos para enfrentar las
dificultades. Es fácil escribirlo, aunque no estoy segura si es tan fácil hacerlo,
especialmente cuando muchos han sufrido las consecuencias de esta pandemia: contagio directo de Covid-19; pérdida de
seres queridos; desempleo; incertidumbre económica; deficiencias en los
sistemas de salud; sin contar las consecuencias del paro de los últimos meses; y
la polarización que se agudiza con la proximidad de las elecciones
presidenciales en 2022. ¿Cómo creer que vale la pena seguir luchando y que sí
se puede dentro de esta confusión e incertidumbre?
Es legítimo que se nos baje el ánimo y
también que tengamos momentos de tristeza, no tenemos que ser héroes o heroínas
24 horas; resistir y no desistir como dicen por ahí, no es tan bueno, porque al
final, de tanto hacer fuerza podemos quebrarnos con facilidad. Si algo
necesitamos en este momento es ser compasivos con nosotros mismos, de hecho, si
reconociéramos la importancia del amor en la sociedad, estaríamos más
conscientes de la necesidad de cuidarnos y cuidar a quienes están a nuestro
alrededor, sin que nadie nos obligue. Desafortunadamente hemos sacado el amor
de nuestra vida, de muchas familias, instituciones y de la sociedad. Para mí,
éste es el gran ausente del mundo. No me refiero al amor de pareja o familiar, hablo
del Amor universal, generoso, que nos invita al perdón y abre las puertas a
todos, sin diferencias; este para mí es el Amor de Dios, o de un Poder Superior
como cada uno lo conciba.
Cada vez más tengo la sensación de
estar en un mundo sin rumbo, donde cada uno camina por su lado, se escuchan
voces fuertes que buscan recuperar la calma, voces de protesta e indignación,
voces oportunistas, gritos de auxilio, también voces de silencio, de aquellos
que no encuentran la forma de expresarse.
No se usted, pero hay días en que me siento pérdida y sin ganas de
seguir luchando, parece demasiado esfuerzo solo para sobrevivir en un mundo que
no parece ofrecer una salida. Es aquí donde acudo a mi Poder Superior para
reencontrarme con el sentido de mi vida, para darle un propósito a lo que hago,
para reconocer que, sin importar lo pequeño que sea el aporte, todos los días
puedo poner un granito de arena, aunque sea muy pequeño.
Esto es lo que Viktor Frankl denominó
el sentido. Encontrar algo por qué vivir cada día; para él en Auschwitz fue: aprender y enseñar algo cada día, y
trascender, esto es, tener algo por qué vivir en el futuro. En sus memorias,
este psiquiatra judío dice que quienes sobrevivieron al campo de concentración
era porque tenían algo que los esperaba cuando salieran del campo. “Comprendí
que un hombre despojado de todo todavía puede conocer la felicidad -aunque solo
sea por un instante- si contempla al ser amado (…). Un hombre que se vuelve
consciente de su responsabilidad ante quien lo aguarda con todo su corazón, o
ante una obra por terminar, nunca será capaz de tirar su vida por la borda.
Conoce el porqué y podrá soportar casi cualquier cómo”.
No importa lo que estemos viviendo en este momento, lo
que hayamos perdido, lo difícil que sea nuestra situación, quiero invitarlo(a)
a mirar más allá de la superficie, para pensar en qué ha aprendido y puede
seguir aprendiendo para su vida; no hablo sólo de educación formal me refiero a
lecciones de vida, esas que emergen en lo cotidiano, cuando ponemos atención.
También le propongo que revise cómo, desde sus conocimientos, experiencia y
dolores, puede enseñar a otros; tenemos tanto por compartir, pero a veces
menospreciamos nuestra propia sabiduría, seamos generosos y pongámonos al
servicio de quienes lo necesitan. Por último, no menos importante, permítase
soñar con un futuro mejor, con eso que le gustaría hacer y ser, aún durante la
tormenta; empiece ya, porque el futuro comienza hoy y, como dice Frankl: “Entre
el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio tenemos el poder de
elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta se encuentra nuestro crecimiento
y nuestra libertad”.
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