Estaba
en la región de los asteroides, en el primero había un rey … el principito le
pregunta si las estrellas obedecen. El rey le dice ‘Naturalmente’, y obedecen
enseguida porque no tolero ninguna indisciplina. … Me gustaría ver una puesta
del sol, le dice el principito al rey… Ordénele al sol que se ponga.
El
rey le dice: Si yo le diera la orden a un general la orden de volar de flor en
flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave
marina, y el general no ejecutara la orden recibida ¿de quién sería la culpa,
mía o de él?
El principito le dice: la culpa
sería de usted.
El
rey le contesta: Exactamente. Solo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno
puede dar.
El principito le dice ¿Entonces mi
puesta de sol?
Tendrás
tu puesta de sol le dice el rey. Pero según me dicha mi ciencia gobernante,
esperaré que las condiciones sean favorables.
¿Por qué nos
cuesta tanto pedir ayuda? Para muchas personas pedir ayuda resulta toda una
odisea, desde sus creencias equivocadas sobre lo que significa pedir ayuda.
En el mundo
competitivo en el que nos movemos, es común pensar que si pedimos ayuda nos estamos condenando a
tener que devolver el favor, con la creencia de que todo
lo que hacemos se hace esperando obtener algo a cambio.
Preguntémonos
¿Cuándo ayudas a alguien esperas obtener algo a cambio? Tomate el tiempo para
contestar esta pregunta, ya que posiblemente te hayas estado auto engañando.
Por lo
general, lo que esperamos de las demás personas es un reflejo de nosotros mismos.
Lo cual significa que, para modificar nuestras creencias con respecto a las
demás personas, primero tendríamos que revisar lo que pensamos de nosotros
mismos.
El modelo educativo en el que
nos hemos desarrollado ha favorecido y premiado la autoexigencia, el
perfeccionismo. Y en cierto modo, la obligación de tener que ser
autosuficientes e independientes.
Nos hemos creído que no
necesitamos de nadie para salir adelante, que nos podemos bastar por
nosotros mismos y que pedir ayuda es un signo de debilidad. Esta creencia tiene
una base de arrogancia y orgullo que alimenta nuestro ego.
Reconocer nuestras limitaciones
Reconocer nuestras limitaciones supone hacernos cargo de
nosotros mismos, teniendo presente que no tenemos todas las respuestas, ni la
verdad, tampoco somos capaces de autogestionarnos sin ayuda de la naturaleza.
Estamos diseñados para trabajar juntos, dependemos de los que nos rodean; es inevitable, es una realidad que no podemos ignorar. Pensar que somos autosuficientes, es desconocer la realidad.
Aprender a pedir ayuda cuando
se necesita es un acto de humildad y valentía, reconociendo que disponemos de
herramientas que nos hacen aumentar nuestras posibilidades y acciones, en
nuestros objetivos y en nuestras dificultades.
Cuando pedimos ayuda damos un voto de confianza a otra persona, rompiendo así con los prejuicios que tenemos. Fortalecemos vínculos y nos quitamos la coraza del orgullo y la arrogancia que forman parte de la victimización, creyendo que no podemos confiar en nadie o estamos solos.
Nadie es más que nadie
Cuando pedimos ayuda a
alguien, estamos reconociendo a su vez que nadie es más que nadie. Ni cuando nosotros
ayudamos estamos por encima de nadie, ni cuando nos ayudan estamos por
debajo. Obtener ayuda no es un acto que resulte humillante, ni conlleva
rebajarse ante nadie.
El reconocimiento de que
existen circunstancias en las que necesitamos que alguien nos acompañe, y nos
ayude a afrontar nuestras dificultades, nos hace más humanos, más cercanos a
las demás personas. Pedir ayuda nos hace más honestos, para
cuando seamos nosotros los que tenemos que ayudar a alguien.
Pedir ayuda no tiene nada que ver con el fracaso, tampoco con la dependencia ni con la inferioridad. Pedir ayuda tiene más que ver con el reconocimiento de las propias limitaciones, la humildad y la valentía. Preparándonos para afrontar y resolver nuestros prejuicios que nos hacen desconfiar de los demás.
Por qué es difícil pedir ayuda
Sin embargo, existen muchas
personas para las que pedir ayudar supone un sobreesfuerzo y agotan todas las
alternativas antes de hacerlo e incluso prefieren errar y hacer algo mal antes
de solicitarla. Por supuesto, de los errores aprendemos, pero para las personas
con esta dificultad, no suele tener la moraleja de pedir ayuda la próxima vez,
sino de un montón de creencias como: “no me esforcé lo suficiente”, “no me
planifiqué bien” “tendría que haber sabido que esto podía ocurrir”, etc. Esto
les genera unos niveles elevados de estrés tanto emocional como mental.
No es que no tenga la
capacidad, es que no creen que puedan hacerlo, que tengan derecho. Tienden a
confundir el pedir ayuda con debilidad, no por decisión consciente, sino porque
en algún momento lo han aprendido.
Algunas causas por las cuales
nos cuesta pedir ayuda:
· Infancia: Dependiendo del seno
familiar y de la educación que recibamos podemos haber interiorizado creencias
que se convertirán en un obstáculo a la hora de pedir ayuda. A medida que vamos
creciendo, vamos siendo más autónomos y todos hemos dicho alguna vez: “Mira lo
he hecho yo solo” y hemos sido alabados por ello, algo que en su justa medida
está muy bien. Los problemas vendrán a medida que crecemos, si los mensajes
acerca de la autonomía son excesivos y del tipo: “No le pidas ayuda, que está
haciendo algo importante” “eres fuerte, tú puedes solo” “Si te esfuerzas lo
suficiente, podrás hacerlo” “No le cuentes lo que te pasa a nadie, esas cosas
se hablan en casa” etc.
· Baja autoestima: Relacionado con los mensajes
que se reciben desde la infancia y la forma en la que haya sido educado, una
persona puede crecer en un sistema rígido, con altos niveles de autoexigencia y
de superación personal, en el que entenderá que pedir ayuda es molestar a los
demás, es una expresión de debilidad, de ser inferior a los demás. Sin embargo,
es muy probable que este tipo de personas estén siempre dispuestas a ayudar a
los demás, a sentirse útiles para el otro.
· Orgullo: La satisfacción de hacer
algo por uno mismo, validarse, se convierte en un arma de doble filo en estas
personas. El bienestar por haber hecho algo es momentáneo, porque va más
encaminado a demostrar a los demás que se tiene la capacidad de hacerlo por sí
mismo.
· Experiencias pasadas: Puede ser que, en forma
repetitiva, se haya pedido ayuda a personas cercanas y/o compañeros de estudios
o de trabajo y se hallan burlado de nosotros, no nos hayan ayudado, o esa
petición se haya vuelto en nuestra contra. Estas situaciones, nos pueden llevar
a elaborar una serie de creencias negativas relacionadas con poder recibir
ayuda y que cuando la necesitemos tengamos miedo de ser rechazados y no lo
hagamos.
Atrevámonos a pedir ayuda
· Muchas personas han tenido malas
experiencias en su vida cuando han necesitado ayuda: no han encontrado a
personas que en ese momento pudieran ayudarles, o bien han recibido una ayuda
que no es la que esperaban y ha habido entonces frustración.
· Una educación basada en el interés y la
falta de cariño también puede desembocar en la falta de
confianza hacia las personas en general. Creyendo que si se pide
ayuda, se está en deuda con la otra persona, y hay que hacer una devolución del
favor.
Cuál es el momento para pedir ayuda
¿Cuándo necesitamos ayuda?
¿Cuándo debemos buscar una mano tendida o pedirla y no remar solos? ¿Cuándo es
necesaria la ayuda externa? ¿Existen patrones objetivos para acudir a alguien
que nos ayude? En definitiva, ¿Cuándo es el momento de pedir ayuda?
No podemos definir ningún
tiempo concreto que marque universalmente el momento de pedir ayuda. Los
límites son particulares, igual que los recursos. Entonces, ¿Cómo
podemos darnos cuenta? Cada uno debe saber qué cosas están cambiando en su
vida, qué está dejando de hacer por miedo, tristeza o falta de ganas, o qué no
hace de todas esas actividades que antes le hacían feliz.
El marcador para pedir ayuda
está dentro de cada uno y hemos de saber, además de identificarlo, dejar el
orgullo atrás y acudir a alguien que pueda ayudarnos. Aguantar y
aguantar sin límites, presenciando una ausencia de progreso que nos desmotive,
no nos lleva a nada. En este sentido, a veces una ayuda a tiempo es
una batalla ganada.
En muchos casos, pedir
ayuda nos da una nueva oportunidad de encontrar la esperanza,
rescatándonos de una situación que creíamos imposible de resolver, pero para
ello hay que saber bien a quién acudir y cuándo. Superados los límites
personales de intentar aguantar solos, nos toca abrirnos a alguien y dejarnos
ayudar.
Es momento de pedir ayuda
cuando:
· Sientes que la situación te desborda
· Crees que no eres la misma persona de
antes y no te sientes feliz
· Consideres que has llegado demasiado
lejos solo
· Antes podías encontrar esa dulzura que
solo reside en pequeñas cosas y ya no lo haces
· Todo lo que antes te divertía ya no lo
hace y nos has encontrado nuevas actividades que hagan, es el momento.
Necesitamos aprender a pedir …
Hacer un pedido, de cualquier
clase, empieza por hacernos cargo de algo que necesitamos o que nos hace falta,
de una enfermedad o un vacío, o también del deseo de hacer algún cambio en
nuestra vida.
Pedir puede ser algo muy
sencillo de realizar, pero no siempre lo es. Porque cuando pedimos ayuda
ponemos en evidencia la carencia que tenemos, la vulnerabilidad que nos
acompaña, y no siempre estamos dispuestos a que los otros se den cuenta que no
podemos solos. Pedir ayuda nos expone emocionalmente:
·
Podemos sentir miedo a que el otro piense
que no somos capaces
· También podemos sentir que si el otro nos
ayuda después podría aprovecharse para cobrar el favor
Al pensar que el pedido genera
una deuda personal y que el otro podría abusar de este supuesto poder, nos
lleva a no pedir ayuda cuando la necesitamos.
Otra razón por la cual no pedimos
es porque nos da miedo que nos digan que no. El punto aquí es que, necesitamos
entender que cuando alguien nos dice no, esto no es sinónimo de rechazo; puede
ser que el otro, por alguna razón no está en condiciones de darnos la ayuda que
necesitamos. Este temor al rechazo aparece cuando hay una baja autoestima,
cuando la persona siente que no se merece que la ayuden.
Son esas conversaciones
internas que tenemos con nosotros, producto de creencias limitantes, las que
nos impiden pedir ayuda:
·
Seguro que no tiene tiempo
·
Debe tener cosas más importantes que
hacer
·
No quiero molestar con mis problemas
·
Seguro me dice que no
·
No quiero deberle ningún favor
·
Debería saber qué es lo que estoy
necesitando
Si nos quedamos con estas
conversaciones de imposibilidad, nos perdemos la oportunidad de contar con
otros para que nos acompañen, nos apoyen, nos den una mano en los momentos en
los que los necesitamos.
A veces, por este temor al
rechazo o a quedar expuestos, hacemos pedidos ‘disfrazados’, hacemos comentarios
e indirectas con la intención de que el otro entienda:
·
Qué bonito sería …
·
Como me gustaría …
·
Hace falta que …
Estos pedidos que no son
explícitos terminan en problemas de comunicación y resentimiento que fracturan
las relaciones y nos dejan ‘desamparados’.
Aprender a pedir ayuda es un
arte que requiere atreverse y poner en práctica.
Un camino para pedir ayuda:
1. Reconocer que tenemos una
necesidad, vacío, problema, y hacerlo explícito: que necesito, cómo lo
necesito, cuando lo necesito.
2. Identificar quién o quienes
nos pueden dar esa ayuda.
3. Generar el contexto adecuado
para pedir la ayuda, un momento en el cual el otro tenga el tiempo y
disponibilidad para escucharnos.
4. Asegurarse que el otro se da
cuenta que le estamos pidiendo ayuda. Nuestra atención es selectiva y cuando
estamos inmersos en otras cosas no necesariamente nos damos cuenta, que el otro
nos necesita.
Esto significa que, incluso si
creemos que está claro que necesitamos ayuda, es muy posible que las personas
que nos pueden ayudar no tengan idea de que necesitamos ayuda. En algunos
casos, esto puede incluso afectar su capacidad de percibir que necesitamos
ayuda, razón suficiente para sentirnos cómodo al preguntar.
5. Ser específicos en la solicitud y asegurarse
que la persona a la que pedimos ayuda entiende nuestra necesidad y por qué es
importante para nosotros su apoyo, ayuda, colaboración. Esto hará que se sienta
interesada en ayudarnos, y no obligada o presionada.
6. Pedir ayuda a alguien que esté
en condiciones de hacerlo, disponibilidad, tiempo, capacidades. Tal vez sería
mejor no pedir ayuda a un compañero de trabajo que está haciendo malabarismos
con cinco proyectos diferentes, cambiándose de área y preparándose para unas
vacaciones.
7. Estar abiertos a que la otra
persona diga no, exponga sus dificultades, e inclusive nos haga una
contrapropuesta. Estar abiertos y tener la flexibilidad para escuchar al otro y
aceptar el momento en el que está.
Recibir ayuda no es lo mismo que depender – Jorge Bucay -
En el fondo de mi casa hay un cuarto
de herramientas. Tengo allí todas las herramientas que podría necesitar para
las tareas con las que me enfrento a diario.
¡Es increíble! Hubo una época de mi
vida en la que todavía no había descubierto la existencia de este cuarto del
fondo. Yo creía que en mi casa simplemente no había un lugar para las
herramientas. Cada vez que necesitaba hacer algo tenía que pedir ayuda a
alguien o pedir prestada la herramienta necesaria.
Me acuerdo perfectamente el día del
descubrimiento: Yo venía pensando que debía tener siempre a mano las
herramientas que más usaba y estaba dispuesto a conseguirlas, pero me quedé
pensando que antes debía encontrarles un lugar en mi casa para poder
guardarlas. Recordaba con nostalgia el cuartito de chapa del fondo de la casa
de mi abuelo Mauricio y tenía muy presente mi inquietud de aquel día en que
llegué a casa con MI primera herramienta. Me desesperaba pensar que se me podía
perder si no le encontraba un lugar. Al final, por supuesto, la había apoyado
en un estante cualquiera y todavía recuerdo en los puños la molestia de no
encontrarla cuando la necesitaba y tener que ir a buscarla a las casas de otros
como si no la tuviera.
Así fue que salí al fondo pensando
en construir un cuartico pequeño en el rincón izquierdo del jardín. Que
sorpresa fue encontrarme allí mismo, n el lugar donde yo creía que debía estar
mi cuarto de herramientas, con una construcción bastante más grande que la que
yo pensaba construir. Un cuarto que después descubrí, estaba lleno de
herramientas. Ese cuarto del fondo siempre había estado en ese lugar y, de
hecho, sin saber cómo, mis herramientas perdidas estaban ahí perfectamente
ordenadas al lado de otras extrañas que ni sabía para qué servían y algunas más
que había visto usar a otros pero que nunca había aprendido a manejar.
No sabía todavía lo que fui
descubriendo con el tiempo, que en mi cuarto del fondo están “TODAS”, las
herramientas que todas están diseñadas como por arte de magia para el tamaño de
mis manos y que todas las casas tienen un cuarto similar. Claro, nadie puede
saber que cuenta con este recurso si ni siquiera se enteró de que tiene el
cuartito; nadie puede usar efectivamente las herramientas más sofisticadas si
nunca se dio el tiempo para aprender a manejarlas; nadie puede saberse
afortunado por este regalo mágico si prefiere vivir pidiéndole al vecino sus
herramientas o disfruta de llorar lo que dice que a su casa le falta.
Desde el día del descubrimiento no
he dejado de pedir ayuda cada vez que la necesité, pero la ayuda recibida
siempre terminó siendo el medio necesario para que, más tarde o más temprano,
me sorprendiera encontrando en el fondo mi propia herramienta y aprendiera del
otro a usarla con habilidad.
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