Por lo
general, vemos la perseverancia como una característica
personal positiva, que nos mueve a seguir y tratar de resolver un problema, a
pesar de las dificultades que podemos encontrar en el camino. Sin embargo,
puede pasar que, confundamos perseverancia con terquedad, con obstinación. Por
eso es importante estar alerta para que no nos suceda.
En ocasiones lo que separa una virtud de un defecto no es más que una
delgada línea indefinida. Una que, a pesar de permanecer oculta, sabemos actúa
como frontera que mantiene a un lado lo correcto y a lo otro lo equivocado.
Algo así ocurre entre la perseverancia y la terquedad. Si las miramos a grosso
modo cuesta diferenciarlas. Si ponemos el microscopio, entonces la delgada
línea pasa a ser ancho muro infranqueable.
· Hablamos
de perseverancia cuando alguien se marca una meta y no deja en su esfuerzo
hasta lograrla. Sin importarle el tiempo ni las fatigas que ello
requiera. El objetivo está ahí, más o menos lejos, pero el mero
conocimiento de su existencia sirve de zona de impulso para saltar hacia él.
Cuando alguien logra un objetivo gracias a ser perseverante habitualmente suele
ser admirado. La perseverancia es una virtud que la mayoría envidia y que
muy pocos parecen atesorar. Todos deseamos en un momento u otro poseer la
fuerza de voluntad que muestran los perseverantes. Todos anhelamos su capacidad
y todos olvidamos en cambio el esfuerzo que ella conlleva. Y es que resulta muy
fácil contemplar la casa una vez finalizada y no tanto estar ahí mientras se va
construyendo.
·
La
terquedad en cambio, pocas veces es vista como positiva a pesar de contener
también una gran dosis de obstinación. Terco es aquel
que no da su brazo a torcer, que sin escuchar lo que los demás tengan que
decir, ignora sus puntos de vista quedándose exclusivamente con el propio.
Terco es el que se empecina, el que se sube en el burro y resulta imposible
hacerlo bajar incluso haciendo desaparecer el burro. La terquedad posee
densidad propia y resulta imposible penetrar en ella cuando se extiende sobre alguien.
Nadie envidia la terquedad de los demás. Todo lo contrario. Al verla vistiendo
cuerpos ajenos, nos regocijamos de nuestra desnudez. Y sin embargo el terco
suele conseguir también lo que se propone. Aunque eso sí, lo hace ensuciándose
las manos. Sin brillo ni glamour alguno. Muchas veces a costa de su propio
bienestar o el de los demás.
Perseverancia y terquedad son dos caras de una misma moneda. Sin embargo, una siempre es cara y la otra en cambio es cruz. Quizás
la principal diferencia entre ellas sea la capacidad de apertura y flexibilidad
que acompaña a la primera.
· Sabemos
que, gracias a su obstinación, a no abandonar su objetivo, la persona
perseverante logra lo que se propone.
· En
cambio, al terco, a pesar de hacer casi lo mismo, lo contemplamos como si fuera
una pared. Incapaz de ser permeable, de dejar pasar la visión de los demás.
Inalterable al cambio. Y a casi nadie le gusta algo que no es capaz de
amoldarse a su entorno. Si no podemos dejar nuestra huella, no forma parte de
nosotros y por tanto molesta.
La falta de flexibilidad es contemplada como una forma de desprecio por
el otro, por los que le rodean: se resiste al cambio para no sentirse
contaminado por los demás, y claro está, todos esos “demás” acaban alejándose
dejando al terco a solas con su terquedad para que sea libre de continuar
inmutable.
Cuando soy perseverante, lo hago desde el campo de las posibilidades. Es
decir, tengo la certeza de que con ayuda de la disciplina y la
voluntad puedo alcanzar mi objetivo porque tiene
lógica y sentido común. Muy contrario a la terquedad, pues cuando decido ser
terco, le insisto a un tema, que a todas luces no tiene futuro, ni razón de
ser, ni posibilidad de éxito porque sólo me mueve el deseo de llevarme el
punto, más por vanidad y ego herido…por querer demostrar lo indemostrable.
Cómo
reconocer y vivir con una persona terca
Una persona terca es aquella que se niega a cambiar
de opinión sobre una idea o acción que está a punto de emprender, aunque le
brinden razones suficientemente lógicas que se pueden corroborar para hacerle
notar que se equivoca.
– Temen al cambio. Las personas testarudas suelen temer los
cambios, aunque no siempre lo reconocen. No obstante, perciben las nuevas
situaciones como amenazas que deben evitar a toda costa. Cualquiera que intente
imponer un cambio en su rutina o forma de pensar podría ser visto como un
peligro. No hay dudas de que es importante seguir ciertos patrones y tener
hábitos, pero también hay que aceptar que la vida no siempre es predecible y
que nuestra salud mental depende en gran medida de nuestra capacidad para
aceptar y adaptarnos a unas circunstancias que cambian constantemente. Una
persona terca suele afrontar el cambio recurriendo a estrategias desadaptativas
como la negación o la evasión. Sin embargo, lo cierto es que hasta que no
aceptemos el cambio, sin importar cuán malo es, no comenzará el proceso de
curación.
– Discuten sobre todo. Vivir con una persona terca puede ser
extremadamente desgastante ya que generalmente discuten sobre todo aquello que
vaya contra su visión del mundo. Lo peor es que involucran demasiado su ego en
esas discusiones, que convierten en batallas campales en las que el objetivo es
ganar a toda costa. Además, se niegan a reconocer que están equivocadas. Esa
actitud suele crear muchas fricciones en la vida cotidiana ya que a menudo
después de las discusiones no hay un acuerdo.
– No se desvían ni un milímetro de su mentalidad. La persona terca tiene un pensamiento
dicotómico, piensa que las cosas son blancas o negras, y que ella siempre tiene
la razón. Todo lo que se aleje mínimamente de su concepción del mundo y de la
vida está equivocado. Suele aferrarse a sus creencias para protegerse de los
cambios ya que le reportan una zona de confort donde se siente segura. De hecho, detrás de
la terquedad suele esconderse un profundo miedo ya que aceptar ideas y
comportamientos diferentes implica salir de esa zona de seguridad para explorar
nuevas cosas. Y eso siempre implica incertidumbre.
– Atacan de manera personal. Muchas veces la persona terca es consciente de que
sus argumentos no son suficientes para convencer a los demás, así que no dudan
en recurrir a los ataques personales. Dado que la obstinación les hace pensar
que todo lo que no coincide con su visión es un ataque personal, deciden
devolver el golpe. Esta persona no recurrirá a los hechos, las cifras o los
estudios científicos para apuntalar su idea sino que utilizará cualquier estrategia para minimizar a su
interlocutor, atacando su credibilidad o autoestima. No es extraño que también
medien los insultos o los juicios de valor, lo cual hace que discutir sobre un
tema con una persona obstinada sea tan complicado ya que muy pronto se
deslizará al terreno personal.
– Evitan la información que contradice sus
creencias. Una persona terca solo leerá
las noticias de las fuentes que confirman su visión del mundo. No se arriesga a
buscar otras fuentes porque ello las pondría en una situación conflictiva
respecto a su identidad, que ha sido construida y se sostiene en base a esas
creencias. El problema es que de esa manera, la persona termina aislándose en
una realidad que solo confirma sus estereotipos, de manera que le resulta
prácticamente imposible aceptar los hechos que la niegan o la ponen en
discusión.
Cómo lidiar con una persona terca sin perder la calma
1. Introduce la duda con
delicadeza. Es importante que la persona terca no
te vea como un adversario o una persona que quiere desestabilizarla. Es mucho
mejor que introduzcas la duda de manera sutil, para que sea ella misma quien
llegue a la conclusión. Esa estrategia suele ser mucho más eficaz que mostrarle
mil hechos que confirmen tu idea. Evita frases como “te equivocas” o “no tienes
razón” porque solo harán que esa persona se ponga a la defensiva y, a partir de
ese momento, cualquier discusión racional será imposible.
2. Discute desde el respeto y la empatía. Jamás
debemos olvidar que cada quien es libre de mantener sus creencias y opiniones.
Por tanto, no debemos presionar demasiado a la persona terca para que cambie
sino discutir desde el respeto a sus opiniones e intentando asumir una actitud
empática. De hecho, es mucho más eficaz que discutas desde su posición,
comprendiendo sus argumentos e intentando desmontarlos. Cuando cada quien
discute parapetado en su punto de vista, es difícil que se pueda llegar a un
acuerdo o que la conversación sea enriquecedora ya que se convertirá en
monólogos para sordos.
3. Céntrate en la cuestión, no lo lleves
al plano personal. Es probable que cuando la persona
terca se quede sin argumentos, intente llevar la discusión al plano personal.
No lo permitas porque en ese preciso instante habréis “perdido” ambos. Intenta
mantener la discusión centrada en el asunto que os ocupa y, si no es posible,
postérgala para otro momento. Recuerda que una persona testaruda puede padecer
una “pérdida de audición temporal”: la única opinión que escucha es la suya.
Por eso, es mucho más fácil si seccionas la opinión contraria de manera que
cada idea le resulte más fácil de digerir.
4. Abandona la necesidad de ganar. Si quieres que la otra persona se muestre abierta a
tus ideas, también tú debes mostrarte abierto a las suyas, por muy
descabelladas, ilógicas o antiguas que te parezcan. Eso significa abandonar la
mentalidad de que debes ganar la discusión. En una discusión, cuando realmente
ganas es cuando aprendes algo nuevo o exploras otro punto de vista. No lo
olvides. Ese cambio de mentalidad se reflejará en tu actitud y hará que la
discusión fluya mejor.
5. Recuerda que la terquedad también es
positiva. No olvides que muchos de los grandes
inventores de la historia fueron personas testarudas que se empecinaron en
hacer realidad su sueño. La obstinación también tiene un lado positivo, lo cual
te ayudará a ver la persona terca como alguien mucho más rico y complejo, y te
permitirá huir de las etiquetas y los estereotipos que precisamente le echas en
cara.
La terquedad no siempre es negativa, pero puede
convertirse en un problema cuando:
· Nos
mantiene aferrados a ideas erradas o planes descabellados que nos conducen por
mal camino.
· Genera
un estado de frustración e ira debido a que experimentamos la necesidad de
discutir con los demás para imponer nuestros puntos de vista.
· Nos
impide crecer y adaptarnos a los cambios que ocurren a nuestro alrededor,
manteniéndonos atados a una vieja manera de hacer las cosas que no es la más
eficaz ni nos produce más felicidad.
Sin embargo, un poco de testarudez
puede ayudarnos a conseguir nuestras metas y reafirmar nuestra identidad, pero
debemos asegurarnos de ser lo suficientemente flexibles como para cambiar
nuestra postura y tener la humildad intelectual necesaria
como para cuestionar nuestras propias ideas. Tenemos que mantenernos abiertos a
nuevas posibilidades y ser capaces de admitir que nos equivocamos. Esta pequeña
dosis de testarudez es también la base de una perseverancia adaptativa.
Entrenar la perseverancia
Entrenar la perseverancia es el arte que nos permitirá encarar cada desafío. Gracias a esta fuerza psicológica alcanzamos metas, afrontamos
adversidades y hacemos de la resiliencia nuestra marca personal para no
rendirnos nunca... Puede que la perseverancia no nos ayude a alcanzar la
felicidad soñada. Sin embargo, sí logrará algo quizá mucho más poderoso:
que nos sintamos orgullosos de nosotros mismos.
· Nos permitirá, por
ejemplo, ser esas personas que se atreven a encarar desafíos, que trabajan su
propia suerte, que no entienden de rendiciones y se levantan una y otra vez
tras cada caída…
Decía Lao-Tse
que la perseverancia es la base de todas las acciones. Sin embargo,
admitámoslo, nadie nos enseña cómo se enhebra esta habilidad, ni cómo se
desarrolla tal tendón de la personalidad capaz de ayudarnos a lograr tan altos
objetivos. A menudo, lo adquirimos de nuestro entorno más cercano; de esos
padres y madres que nos sirven de inspiración, de figuras
que nos admiran con su actitud, su conducta y enfoque personal.
Sería, sin
duda, maravilloso que todos viniésemos al mundo con esta competencia inscrita
en nuestro código genético. Y si decimos esto no es por capricho o casualidad.
Estudios muy recientes nos hablan de cómo la perseverancia actúa como un
ejercicio de resistencia psicológica excepcional que nos sirve para algo más
que para alcanzar metas. Esta dimensión se asocia a una menor depresión
y a una estrategia altamente eficaz para manejar la ansiedad.
La
perseverancia es una herramienta saludable que vale la pena potenciar al
máximo…
“Si quieres
triunfar en la vida, haz de la perseverancia tu amigo del alma, de la
experiencia tu sabio consejero, de la advertencia tu hermano mayor y de la
esperanza tu genio guardián”. -Joseph Addison-
La
perseverancia es un pilar de la resiliencia en el día a día
El Journal of Abnormal Psychiatry publicó un estudio de gran interés que permite entender algunos aspectos sobre este tema:
·
El primero, que las
personas más perseverantes, las que se marcan objetivos y se esfuerzan por
conseguirlos, tienen un riesgo mucho menor de sufrir ataques de pánico,
ansiedad y depresión.
· Entrenar la
perseverancia, según este estudio, ayudó a cerca de 3.300 hombres y mujeres a
desarrollar una mentalidad más resiliente.
· Se ha podido comprobar,
además, que una actitud mas resiliente es capaz de
protegernos frente a diversos trastornos como puede ser la ansiedad y la
depresión.
· Las personas
perseverantes se atascan menos en los laberintos de las preocupaciones. Sus
pensamientos no son obsesivos, sino que hacen uso de un enfoque cognitivo basado
en la resolución de problemas, la creatividad y la reflexión positiva.
· Son además perfiles muy
tenaces que aplican una mentalidad de crecimiento y no de
estancamiento. Tienen presente cada día sus metas, sus sueños y deseos.
Todo ello actúa como impulso motivador, ahí donde no tiene cabida el miedo y no
entra la sombra de la indefensión o el reflejo de la derrota.
¿Cómo podemos
entrenar la perseverancia?
Los
neurocientíficos descubrieron hace años que la dopamina se relaciona con la perseverancia y con
ese comportamiento proactivo que nos permite alcanzar logros. El doctor Joe Z.
Tsien, codirector del Instituto del cerebro en la Universidad de Georgia, nos
señala que todos podemos favorecer la liberación de este neurotransmisor
creando nuevos hábitos, teniendo unos objetivos claros y manteniendo la
motivación.
· Márcate una meta clara:
Sin un
objetivo claro el movimiento no se genera. Sin propósitos no
hay ilusión, por tanto, debemos tenerlo claro: la mente se alimenta de sueños y
si estos no se concretan en metas definidas y realistas la motivación no se
pondrá en marcha.
· Autocontrol:
Cuando situamos un objetivo en nuestro horizonte personal ya no hay vuelta atrás. Debemos aunar esfuerzos e ideas hacia ese punto en concreto y, para ello, hay que manejar con eficacia dimensiones como el desánimo, la frustración, la ansiedad o el estrés. El autocontrol es clave para entrenar la perseverancia.
· Enfoque positivo:
La
positividad, la sensación de eficacia, la seguridad en nosotros mismos y un
ánimo en buena forma, son también nutrientes básicos para alcanzar logros. Es más,
la perseverancia va de la mano de ese enfoque claramente positivo que no
permite la entrada a las emociones limitantes o adversas.
· Prohibido rendirse
o Alcanzar un
sueño. Superar una depresión. Desarrollar una competencia o una nueva
habilidad. Sentirnos orgullosos de nosotros mismos… Todas estas
dimensiones requieren por encima de todo un aspecto: no rendirnos. Podemos,
no obstante, dar un paso atrás para clarificar nuevas metas y entonces, tomar
mayor impulso.
o Podemos también detenernos un instante para reflexionar y tomar nuevas
perspectivas. Pero lo que no debemos hacer nunca es quedarnos
quietos, estancados, atrapados en el desánimo y la rendición. Entrenar la perseverancia
es, por tanto, un ejercicio de poderosa motivación y también de salud.
o Todos podemos mejorar este aspecto para lograr que nuestros recursos y
potencial estén a nuestro favor, mediando en el bienestar,
impulsándonos a avanzar cada día un poco más.
Comentarios
Publicar un comentario