Desde mayo de 2020 he venido acompañando, como consultora y
facilitadora, un proceso colaborativo para el fortalecimiento de la Educación
Superior como motor de transformación del País, DIÁLOGOS DE FUTURO, fruto de una
alianza entre el Foro de Presidentes de Bogotá, Connect Bogotá Región, y la
Pontificia Universidad Javeriana, en el cual participan 28 instituciones de
educación superior, empresas, organismos internacionales y Estado. Un ejercicio
de co-creación que empieza por aprender a conversar, con el propósito de identificar
caminos y posibilidades en la construcción de una sociedad más incluyente y
sostenible que valora lo local, apoyada en una formación integral y articulada
que construye ciudadanía. Un ejercicio
diseñado como un laboratorio de aprendizaje y que se apoya en los
planteamientos de la teoría U. de Otto Scharmer. El primer movimiento de este recorrido
es ‘observar, observar, observar’ con los anteojos de otros lo que sucede hoy. A su vez, se cuenta con invitados externos
que, desde diferentes perspectivas, contribuyen a una comprensión más profunda de
la realidad, así como a la identificación de nuevas tendencias y retos hacia el
futuro.
La filósofa Angela Calvo, invitada a conversar con el grupo, planteaba:
“La educación es la gran fuerza que tiene la democracia para mantenerse viva,
pero está amenazada por esa lógica de la educación para la sociedad del
rendimiento, y en últimas para la meritocracia, que creo ha erosionado las
fuerzas que permiten pensar cómo vivir bien y cómo vivir juntos… Necesitamos formar a la gente para el trabajo; pero, sobre todo, necesitamos educar para
que la gente tenga una vida con sentido y para la salud de la democracia”. Su
intervención ‘Texturas emocionales de la democracia’ enfocada en una mirada
humanista de la sociedad y la educación puso, como se dice coloquialmente, ‘el
dedo en la llaga’ sobre la realidad de nuestro país.
¿Qué
hay en la vida humana que hace tan difícil sostener las instituciones
democráticas basadas en igualdad, respeto y protección igualitaria? La
respuesta de la profesora Calvo a este interrogante está en la lucha política entre
el miedo y la esperanza. El miedo, como
la emoción más primitiva que compartimos con los animales y que lleva a culpar
al otro, impide la cooperación, nos ancla al pasado, bloquea la esperanza y
cierra la posibilidad para encontrar soluciones a los problemas de la sociedad.
El antídoto del miedo es la esperanza, como un postulado práctico que requiere
acción y compromiso personal basado en eventos concretos. Una esperanza que, más allá de posturas religiosas, se basa en la
confianza, la fe y el amor, que permiten creer que sí se puede lograr. Un elemento fundamental en este planteamiento
es el amor, que consiste en poder ver a la persona más allá de sus actos, como
alguien capaz de cierta bondad y cambio. La clave está en comprender que todas
las emociones que sostienen una sociedad hunden sus raíces en el amor. Para
cerrar su intervención recuerda la frase de Martha Nussbaum “Convertirse en
ciudadanos educados significa aprender gran cantidad de hechos y dominar
técnicas de razonamiento refinadas, pero significa algo más, aprender cómo ser
un ser humano capaz de amor e imaginación”.
Como psicóloga, estudiosa de las emociones, diría que el miedo en sí mismo no es una emoción negativa, ninguna emoción es mala o buena. El problema radica en nuestra incapacidad para reconocerlas y gestionarlas; es allí cuando se vuelven tóxicas y nos impiden hacernos cargo de lo que sucede. Necesitamos del miedo, no para atacar y defendernos, sino para reconocer cuando hay un peligro y cuidarnos; necesitamos de la rabia, no para agredir y culpar a otros, sino para ver lo que es injusto y poner límites. La rabia y el miedo provienen del mismo sitio que el amor y la esperanza, de la capacidad de conectarnos con nosotros, de abrir nuestro corazón a nuestras emociones, de entender que todos, el otro y yo, somos seres humanos vulnerables necesitados de protección. Es hora de reconocer y valorar que, aunque distintos, también somos iguales en nuestra condición humana. Esta es una tarea fundamental de la educación, formar seres humanos capaces de sentirse vulnerables para abrirse a la realidad del otro, de lo contrario, seguiremos construyendo muros y no puentes.
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