Desde
marzo de 2020 entramos en un mundo extraño para el cual no estábamos
preparados; tuvimos que aislarnos para cuidarnos, nuestros hábitos de vida
cambiaron, el hogar se convirtió en oficina, escuela, sitio de recreo y
descanso. La posibilidad de salir, y
tener otras actividades que ayudaban a soltar las preocupaciones quedaron
restringidas. Todos hemos tratado de
adaptarnos a esta nueva realidad, no siempre de la mejor manera; para algunos
con costos más altos que para otros. Como
sucede generalmente, los más desprotegidos son quienes se ven más afectados.
La
pandemia ha pasado factura a un modelo de desarrollo que, por enfocarse sólo en
el crecimiento económico, se olvidó de la fragilidad y necesidad de cuidado que
tenemos todos los seres humanos. Esto se
refleja de manera dramática en el deterioro de la salud mental durante este
período. Una encuesta de la Organización Mundial de la Salud en 130 países
muestra que la pandemia ha interrumpido o detenido la prestación de servicios
críticos de salud mental en el 93% de los países; mientras que, la demanda por
problemas psiquiátricos y psicológicos va en aumento, como consecuencia de
complicaciones neurológicas y mentales que puede desencadenar la Covid-19. Quienes ya tenían trastornos mentales,
neurológicos, o problemas de adicciones, también son más vulnerables a la
infección por SARS-CoV-2, y eso hace que puedan tener cuadros más severos de la
enfermedad.
Investigaciones
recientes sobre las secuelas psicológicas de la pandemia muestran un aumento de
ansiedad, depresión y estrés postraumático, con mayor impacto en las mujeres;
dado que suelen tener, en mayor porcentaje, actividades de riesgo que las
exponen más a los efectos negativos del contagio. Por otra parte, son los jóvenes quienes
sufren más la incertidumbre del futuro y el impacto del desempleo; con mayor
responsabilidad por el cuidado de los hijos o de personas mayores, y una
situación económica menos estable. Otros
motivos que pueden estar detrás de la ansiedad, depresión o estrés son: haber
tenido el virus y/o contagiado a sus seres queridos, pérdida de familiares y
amigos, desempleo, confinamiento extendido, incertidumbre económica, vacíos en
la atención de salud.
Hay
quienes se preguntan por qué algunos están más irritables o furiosos; por qué
otros no quieren salir del encierro; por qué algunos se sienten sin energía y
hasta con ganas de llorar sin un motivo aparente. La buena noticia es que esto no es síntoma de
estar mal, simplemente es el resultado de una exposición prolongada a una
situación de incertidumbre para la cual nadie está preparado. Las crisis despiertan en nosotros emociones
diferentes que pueden pasar por rabia, frustración, impotencia, miedo, tristeza,
que son legítimas ante la magnitud del cambio.
Hace
un año nadie se imaginaba cuánto duraría y la dimensión de la transformación
que enfrentaríamos. Ya hay una vacuna que genera esperanza y abre la
posibilidad para una mejoría en términos de salud física. Sin embargo, todavía no sabemos cuáles serán
las consecuencias para la salud mental y emocional, y cuál es nuestra verdadera
capacidad de resiliencia. Hemos
sobrevivido, pero ¿Qué tan cansados estamos? ¿De dónde saldrá el impulso para esta nueva
etapa que estamos comenzando? Muchas
veces confundimos resiliencia con resistencia, pero no son lo mismo. La resistencia es una tarea que implica
fuerza; mientras que, la resiliencia nace del amor: escucharnos a nosotros mismos, aceptar el
miedo, reconocer que solos no podemos, y pedir ayuda. Aunque el panorama no esté claro, podemos
salir adelante, si reconocemos que hay algo que nos impulsa a continuar.
Prepararnos
para esta nueva etapa de menor riesgo, en la que sea posible encontrarnos en el
abrazo cercano, requiere hacer un alto en el camino para chequear nuestra salud
mental. Una invitación a reconocer y
conectarnos con lo que pasa en nuestro interior; dolor, sufrimiento, miedo, tristeza,
por lo que hemos vivido. Estas son emociones que algunos, de manera equivocada,
juzgan como negativas, cuando realmente son las que nos conectan con nuestra
vulnerabilidad y también con nuestra valentía.
Escuchemos la voz del corazón y del alma, la nuestra y la de quienes nos
rodean, para que juntos, podamos avanzar en la construcción de un mundo mejor. Esta es la esencia de la resiliencia.
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