Resiliencia es la palabra que viene a mi mente cuando
observo el panorama, nacional e internacional; la tragedia de Mocoa con 4.500
personas damnificadas, el incendio en la Calle Real de Salamina con 6 viviendas
y 19 locales comerciales destruidos, la amenaza de Corea del Norte de
multiplicar sus pruebas de misiles y desatar una guerra total, la advertencia
de Estados Unidos sobre el fin de la ‘paciencia estratégica’ con Corea del Norte,
el ataque de Estados Unidos a la base siria de Ash Shairata el 7 de abril, que
algunos consideran podría convertirse en una guerra regional o mundial, entre Estados
Unidos y Rusia. Ante este panorama y muchas otras situaciones complejas que nos
rodean, tal vez tengamos la tentación de pensar que no podemos hacer nada o perdamos
la esperanza de avanzar en una mejor dirección.
El término resiliencia proviene del latín resilire, saltar hacia atrás, rebotar y replegarse;
empleado inicialmente en Física, para referirse a la capacidad, que tienen
algunos metales, de doblarse y volver a su posición original, cuando se deja de
ejercer presión sobre ellos. En el campo de la investigación, se reconoce como pionera a
Emmy Werner, psicóloga de origen alemán, actual profesora emérita de la
Universidad de California, quien realizó un estudio en los años 80, con 700
niños hawaianos en condiciones físicas, familiares y sociales desfavorables,
descubriendo que, al contrario de lo que pensaba, no todos estos niños,
expuestos a entornos difíciles, desarrollaron patologías y en cambio, muchos
lograron un desarrollo sano y positivo. El profesor Gonzalo Hervás, de la
Universidad Complutense de Madrid, utiliza la metáfora de los juncos a la orilla
del río, que se doblan sin quebrarse, cuando aumenta el caudal y recuperan su
posición al bajar el agua; el profesor Hervás dice que, la prueba de fuego para
saber si una persona cuenta o no con esta capacidad, es pasar por una
experiencia extrema que le permita descubrir competencias nuevas que desconocía.
Tal vez usted esté pensando en algún episodio de su
vida en el que sintió que lo había perdido todo y se quedaba sin una base firme
para continuar. Yo he estado ahí, en algunos casos por decisión propia y en
otros porque el camino me llevó a ese sitio y he aprendido que cada una de
estas situaciones ha sido una gran oportunidad de aprendizaje que me ha permitido
reconocer que tengo más capacidades de las que pensaba, que hay mucha gente dispuesta
a darme una mano, que el mundo nunca se nos cierra del todo y que está en
nosotros, ver y aprovechar las nuevas posibilidades que se abren; como si la
pérdida, la crisis o la enfermedad se convirtieran en un trampolín para saltar
al siguiente nivel. Es probable que usted también haya tenido una experiencia
similar, lo importante diría, es ser capaces de dejar de sentirnos víctimas y aceptar
lo que pasó, soltando lo que ya no necesitamos y valorando lo que hemos
aprendido.
El líder sudafricano, Nelson Mandela, es un ejemplo maravilloso de resiliencia, después de 27 años en la cárcel salió con el impulso para promover un
cambio profundo y convertirse, a los 76 años, en presidente de su País, como
dijo alguna vez ‘La mayor gloria no es caer, sino levantarse siempre’. Malala Yousafzai, la niña de origen
paquistaní, defensora de la educación y ganadora del Premio Nobel de Paz en
2014, quien a pesar del intento de asesinato por el grupo terrorista TTP,
siguió luchando por los derechos de los niños y por una educación igualitaria
entre hombres y mujeres. A propósito de la Pascua, cómo no mencionar a un
hombre que hace 2.000 años partió la historia de la humanidad en dos,
Jesucristo, no importa si usted es creyente o no, como dice el teólogo Fabián
Salazar Guerrero, su historia representa, no la
glorificación del masoquismo, sino el resultado de una vida coherente y
comprometida que incomoda a la mediocridad y denuncia los abusos, una vida
misericordiosa que se opuso a la marginación, una vida pacífica contraria a la
venganza y una vida plena que vence a la muerte y nos invita a comenzar de
nuevo.
La Patria – 19 abril 2017